Si estuviéramos en el antiguo Japón, las horas se contarían a pares, del amanecer hasta que anochece, y esperaríamos a la treceava luna del año para celebrar el principio de un año nuevo. Ocurriría a mediados del mes de Enero, y desde mediados de diciembre nos prepararíamos para apreciar el inicio de un nuevo ciclo de estaciones y cosechas.
Las preparaciones del Año Nuevo (shogatsu) son una de las festividades más importantes del escenario cultural de Japón. Hoy se celebran de acuerdo con el calendario de Occidente, aunque repiten tradiciones enraizadas en el culto antiguo, el Shinto (camino de los dioses), la religión nativa de un país agricultor.
Las casas se limpian y se apartan de ellas los polvos antiguos. Se queman los utensilios del año anterior: los rastrillos, las sombrillas, las hagoita... Se sustituyen los tatamis y se cambian los papeles de las puertas correderas. Mediante estos rituales de purificación, preparamos un hogar donde pueda residir lo divino.
Tres decoraciones señalan el camino a los espíritus para que puedan encontrar su sitio. Algunos lugares de la casa se marcan para que en ellos pueda posarse la divinidad.
El kadomatsu guardando la entrada de las casas, un arreglo de pino y bambú. El pino verde, porque en las copas de los árboles viven los kami, y tres cañas de bambú en punta, la planta mágica, como estacas, para cortar el camino a los espíritus malos. El miki-no-kuchi en la boca de las botellas de sake, para que el vino de arroz sea una ofrenda a los dioses. Y el shimenawa, un cordón de paja que indica todos los lugares marcados como sagrados. Un templo en sí mismo, bajo el dintel, o su umbral cuando protege nuestra casa: paja, hojas, frutas y papel. Algo puro y simple que agradece los frutos de la cosecha y rinde honores a la fuerza inmensa del espíritu de la naturaleza en pleno invierno.
El kadomatsu guardando la entrada de las casas, un arreglo de pino y bambú. El pino verde, porque en las copas de los árboles viven los kami, y tres cañas de bambú en punta, la planta mágica, como estacas, para cortar el camino a los espíritus malos. El miki-no-kuchi en la boca de las botellas de sake, para que el vino de arroz sea una ofrenda a los dioses. Y el shimenawa, un cordón de paja que indica todos los lugares marcados como sagrados. Un templo en sí mismo, bajo el dintel, o su umbral cuando protege nuestra casa: paja, hojas, frutas y papel. Algo puro y simple que agradece los frutos de la cosecha y rinde honores a la fuerza inmensa del espíritu de la naturaleza en pleno invierno.
A partir del 17 de Enero y durante tres semanas, empieza un curso en Casa Asia-Madrid donde conoceremos los poderes del shimenawa y aprenderemos a trenzar y plegar un shimekazari, del más tradicional a la vanguardia. La luna del año nuevo estará cerca. Puedes inscribirte aquí.
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