Sabía que Segovia era una ciudad especialmente bella para los corazones que callan, pero no pensé nunca que pudiera hablarme tanto a mi...
Ayer visitaba Segovia y la Alhóndiga de la mano del pintor Nicolás Gless, el creador de la colección de arte japonés que se expone hasta el día 17 en sus salas, y la Belleza hablaba y hablaba en lugar de ser silenciosa. Nicolás hablaba y hablaba de sus objets d´art y a través de él hablaban las sedas crujientes de los obis y kimonos, los grabados mudos de Yoshitoshi o Chikanobu, y las porcelanas tintineantes de Imari y Satsuma. En el exterior la misma luz y elocuencia de piedras, paisajes y monumentos incontestables. Todos gritando historia: alcázar, catedral, acueducto, iglesias, calles de poetas.
© Amparo Carrasco
Japón: geishas, sedas y grabados japoneses es una magnífica, extensa y variada exposición que hará las delicias de todos los que quieran adentrarse en las artes tradicionales niponas. Se ofrece en la hermosísima y eterna Segovia solo hasta el día 17. Parece mentira que no haya sido más publicitada y apoyada por la prensa nacional y las instituciones de cara a su rotación, pues es una muestra particularmente didáctica (léase, educativa) para introducir al público español a las formas imperantes en el siglo XIX, y todo el periodo tardío que va desde 1870 hasta 1920, en que por primera vez Japón se abre a la apreciación estética de Occidente.
Aunque bochornosamente en España nuestros Museos e historiadores del arte no han sabido todavía hacer la evaluación y presentación adecuada del valor de estos objetos históricos, en la cultura anglosajona (y en los Estados Unidos, especialmente) desde hace tiempo se ha sabido entender y explicar muy bien la importancia del período para entender la propia historia económica y cultural de los norteamericanos en relación a toda Asia y, en particular, la manera en que las obras de arte japonesas determinarán un nuevo modelo de belleza para la Modernidad de indiscutible influencia posterior. De ahí, por ejemplo, la recuperación bibliográfica y revalorización económica y museística de la obra de Chikanobu en los últimos años, de quien contamos precisamente con incomparables ejemplares en esta exposición.
Que nuestros historiadores y gestores "locales" del arte no sepan leer y entroncar colecciones como ésta con nuestra propia tradición e historia artística habla solamente de su cerrazón cultural y de la habitual falta de globalidad e interculturalidad real a la hora de escribir la historia. Como diría Confucio, las universidades e instituciones españolas están demasiado llenas de "eruditos borrachos de tinta" en lugar de auténticos maestros. No habría que decir que el hecho de que el Comodoro Perry no fuera primo hermano de tu tío abuelo cacereño, pongamos por caso, no es justificación para obviar cómo nos afectó a nosotros un fenómeno cultural de tamaña trascendencia estética como fue la apertura de Japón a Occidente a partir de la intervención nortemericana. Pero los españoles somos así, arrogantes e irresponsables. Y así nos va la cosa, ya se sabe. Se pierden hilos de vida, datos, documentación y patrimonio, se pierde rigor intelectual, se pierden oportunidades y se pierden sobretodo las vidas y el talento de los que sí lo supieron ver.
Del japonismo a los bailes de Tórtola Valéncia, a las obras de Galdós, a la pintura de Sorolla, a la zarzuela o a los dibujos de Ismael Smith hay un paso, para quien lo sepa ver y sepa entenderlo. Pero para eso hay que trabajar y profundizar en una historia viva de las relaciones culturales entre naciones. Y para eso hay que estar vivo uno mismo, y en la universidad española –dónde se cuecen la mayor parte de los perfiles profesionales de los académicos y supuestos especialistas– no siempre es así. Ya va a ser un milagro que este año se celebren en España los 500 años de relaciones culturales –el Año Japón– prestando fiel atención a lo que es su verdadera esencia: la Embajada Keicho o nuestras relaciones con Asia gracias y a través de la tan denostada Iglesia.
Nicolás, el dueño y el artífice de este ensueño japonés por unos pocos días, es un genio y es un mago, y es sobretodo alguien que se deja llevar por la honestidad y la pasión de su gran amor. Podría decirse de él que su vida ha sido la de un Samuel Bing español. Esa es su fuerza y ese es su sino. La selección de obras que vemos en las 3 salas responde a los "instintos básicos" habituales en todo gran coleccionista: oportunidad, curiosidad, milagro, salvamento.... Un deseo de cuidar, mimar, amar y preservar aquello que nos enamora evitando que desaparezca. Todos los grandes museos del mundo nacen de colecciones y pasiones como la de Nicolás. Su institucionalización está después para acabar de afinar, filtrar y animar el espíritu que ya llevaban escrito en origen. El de la Verdad de lo que fue.
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