Hace unos días pude visitar la deliciosa exposición de grabados de Fernando Bellver en la madrileña Galería Tiempos Modernos.
Dos series muestran aquí el acercamiento, entre crítico y metafísico, de este artista a la tradición del ukiyo-e. Una serie de tondos dedicados al shunga y otra de grabados de las bijin en formatos rectangulares o cuadrados. Ambas series comparten un elemento fascinante que solo podremos disfrutar visitando la sala y viéndolas en directo: el cambio de escala, que redimensiona la estética preciosista de un arte tradicionalmente miniaturizado para llevar estos dos géneros clásicos al espacio de la parodia y el pop.
Cada una de las series ofrece un redescubrimiento particular que las hace muy distintas a pesar del común tema japonés. Las escenas de shunga encajadas en tondos europeos de aproximadamente un metro de diámetro adoptan la estética artdecó mediante tramas decorativas en los fondos, jugando a saturar por completo -en el espacio cerrado del círculo- la clásica composición jeroglífica de cuerpos entrelazados, haciendo más claustrofóbicas si cabe aún las siempre íntimas escenas de almohada. El efecto es absorbente para el espectador: traspasadas a los grandes formatos del tondo, se convierten en un juego óptico -acaso un espejo de ojo de buey- en el que mirarnos y vernos reflejados desde la seductora y exquisita "deformidad" oriental.
En la que se reproduce aquí, una original escena "homo": dos amantes masculinos se ven simultáneamente penetrados... por sendas espadas sin salida al otro lado del cuerpo, traspasados por tatuajes en espejo, en una bella metáfora de la penetración, el amor (y acaso la mútua destrucción) entre seres del mismo género. Amarse así no es exclusiva del mundo gay ni de los peces, pero sí ilustra un arquetipo y una fantasía sexual específica. Cada uno de los tondos eróticos de Bellver es un sueño sexual o una forma de delirio del sexo sin sexos a la vista. Es en la irrenunciable ocultación laberíntica de los órganos sexuales con lo que se excita el deseo y se exalta el fetichismo como forma de placer (visual).
Por su parte, los retratos de bellas cortesanas proporcionan otra forma de placer (para los ojos). Mantienen la clásica transparencia de piel de los ovalados rostros femeninos pero haciendo extensible a los fondos esa blancura específica --normalmente fondo y rostro correspondían a un distinto tratamiento de los blancos. Logra el artista con ello la misma ligereza de los antiguos grabados, pero con una mayor sensación de espacio y apertura (el cambio del formato oban hacia el cuadrado también contribuye a ello). Radiantes, las geishas se ofrecen al mundo y a la vista pero sin despejar el tremendo interrogante de su misterio y su belleza. Las piezas de Bellver parecen preguntar "¿Pero qué tiene esta mujer en la cabeza?".
La pregunta sería machista si no fuera irónica y la respuesta muy divertida. Bellver sustituye los tocados de peinetas, kanzashi y volutas... por sofisticadas composiciones de "objetos modernos", con ecos más o menos explícitos de la historia del arte o la cultura material del siglo XX. Entre mis favoritas las que citan a los grandes maestros de la modernidad, Picasso, Bracque, Dalí...
Apostaría a que muchas de nosotras desearíamos ser como ellas, bellezas radiantes y expansivas, codiciosas de detalles, si no fuera porque estamos demasiado ocupadas para llenarnos la cabeza de lo que la llenaban ellas y el propio Bellver: de su propia belleza y de la satisfacción de saberse un objeto de contemplación y admiración inagotable. Imposible de olvidar. Por eso volvemos a ellas, volvemos una y otra vez a esta tradición.
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